Decía Engels en su conocida obra sobre “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, que “Charlie no debería estar tan borracho”. También decía otras movidas interesantes sobre las sociedades políticas de la antigüedad, entre otras cosas, que éstas no surgen como un mero incremento de las sociedades humanas, sino más bien como consecuencia de una organización social más compleja en la que la propiedad privada es imprescindible. El bueno de Federico decía verdad, y al mismo tiempo se equivocaba, algo que es característica esencial de sabios y filósofos desde la antigüedad, pero que lejos de desvirtuar sus aseveraciones las hacen más dignas de una crítica razonada (o no). Pues, si bien es cierto que la propiedad privada fue esencial en el proceso de estabilización de los primeros Estados, sospechamos que esto no ocurrió como él se imaginaba.
Pensemos ahora en un grupo de colegas, cazadores recolectores del Paleolítico Superior, que llegan a un supermercado a ejercer su derecho legítimo al “diezmo regular”, y en la rapiña obtienen un saco lleno de chucherías varias como barritas de Mars, “bolsakas” de Rufflles, Papa-Deltas, m&m’s, Chokobrako Muesli y cajas de “sinesmint”. Después se dirigen a uno de los parques del barrio y deciden ocupar un espacio para repartírselo y comérselo, generalmente cercano a algún centro de recursos, ya sea una pista deportiva, un estanco, un kiosko, o una fuente. La costumbre y la comodidad les conduce a asentarse de forma permanente en un determinado espacio del parque, parque que a su vez es compartido por otras pandillas con las que se interrelacionan, pacíficamente o no.
Según el filósofo alemán, una vez repartido el botín y asentados en uno de los bancos que hay más cercanos a la fuente, estos avezados pilluelos habrían creado una especie de “sociedad” con sus instituciones, normas y métodos para evitar que terceros o grupos de terceros entrasen en su territorio y les arrebatasen las golosinas, los bancos y la fuente. Sin embargo, se equivocaba. En todo caso lo que habría sucedido es que el propio Estado, el de “Los Verjas”, se habría configurado al constituir previamente a los propietarios como tales dentro del territorio apropiado por la nueva sociedad. Y con esto llega la madre del cordero, porque el nexo entre territorio y sociedad política es más complejo de lo que parece, sobre todo cuando las propiedades privadas de los clanes o los individuos comienzan a entrar en litigio con las propiedades públicas. ¿Qué piensan ustedes que sucederá con el grupo de “pioneros” de la parroquia cercana que los domingos utilizan la pista deportiva para sus actividades sectarias?
Esto nos trae al recuerdo a las defenestradas “Ella Baila Sola” (o EBS, que sonaba más molón), cuando cantaban aquello de “lo mío es tuyo, lo tuyo es mío, cómo repartimos los amigos”, sólo que al revés, cómo los amigos se reparten nuestras movidas. Y nada más lejos de nuestras intenciones que cuestionar el sistema de propiedad, especialmente el de la propiedad privada, ni mucho menos el de los Estados que nos dan cobijo y protección frente a los jodidos de Irán. Toda esta reflexión viene a cuento de que una parte de Playa Keller, donde pasamos la tarde, la noche y la mañana, pertenecía en exclusiva al Restaurant Cesar. Y como siempre nos ha llamado mucho la atención eso de privatizar playas, o lo que eufemísticamente se conoce en la jerga consistorial como “concesión municipal para su explotación”, decidimos tantear los límites y usos de tal apropiación, franqueando la línea roja que divide los lindes entre la aristocracia y la plebe frumentaria,. Jugando al gato y al ratón con los machacas del Este “hiperbrakados” que controlaban el cotarro y que la noche anterior habían levantado toda la arena con una mini-retro.
Asomada a las playas de Niza, Plage Keller resultaba un paraíso que no hubiéramos querido abandonar sino hubiera sido porque antes del baño nos quedamos sin batería por segunda vez. Aquí un amable ciudadano alemán se ofreció a ayudarnos a empujar, sin advertir nosotros que nos estaba haciendo el viejo truco del "gaviotu", pues una vez puesto en marcha el vehículo, el astuto teutón se aprestó a ocupar el único aparcamiento frente a la playa con wifi y sombra. Fue entonces cuando decidimos que era el momento de dejar de “frickear” y zambullirnos una vez más en el agua para continuar frescos el camino. El casco antiguo de Antibes es angosto y huele a Pescadero que, como todo el mundo sabe, es ese alegre manicomio donde estuvo encerrada Sarah Connor. Y ya sólo esto se merecería una extensa digresión acerca de la susodicha institución mental, aunque en esta ocasión, y sin que sirva de precedente, os dejaremos que reflexionéis en vuestro foro interno sobre lo jodido que es tener una vieja ex-camarera y ex-traficante de armas a la que se le va la chota, o lo que es más jodido, un hijo en el futuro.
Cruzamos Niza por el paseo marítimo pitando y piropeando como se suele hacer en estos casos, aunque hay que decir en nuestro favor que siempre con el noble propósito de mantener alta la moral de la tropa, y evitando los usos y modos que se estilan en las gañanías. Nosotros, en cambio, siempre hemos preferido el “estilo de cortejo regular”, que si bien es más original, ingenioso, y sutil, desde el punto de vista de los resultados deja bastante que desear, al menos cuando no es posible el tan deseado “face to face”. Como dijo Coque Maya, pequeño prohombre y líder vocalista de Los Ronaldos, al cantante de Lagartija Nick mientras se lo llevaban de camino al hospital por tirarse al público en uno de sus conciertos y que nadie lo recogiera: “Esta vez has perdido, chico, pero no tiene porque gustarte”.
Y allí, sobre una de las colinas que dominan la bahía paramos para tomar unas vistas y avituallarnos de viandas en un Carrefour Market de diseño que nos parecía bastante acogedor. Con cerca de 40º celsius en el exterior y asomados al balcón de los congelados reflexionamos entre pizzas, helados y crujientes espinacas, sobre estos nuevos cestos con ruedas que se hallan a mitad de camino entre los tradicionales carritos metálicos y sus primos menores. Ya sabéis, esos de plástico que precisan de la necesaria suspensión manual humana para cumplir su cometido, si bien a veces también son arrastrados largo y tendido por los pasillos de las bebidas con patadas bastardas que maltratan sus ya maltrechos y raspados traseros.
Como el camino que va desde Niza a Mónaco por la parte baja del acantilado y que bordea al mar no nos pareció que estuviera a la altura de las aventuras de James Bond, decidimos retroceder, ahora sí, por la carretera que se descuelga sobre el acantilado, con esa sensación de velocidad que da el aire en la cara, de un modo casi tan real como en aquel verano de 1987 en Torrevieja, donde colgados al volante del “OutRun” invertíamos nuestro tiempo y paga en largas tardes de ensoñadora libertad. Adelantando autobuses, caravanas y camiones, frente a una caída muy muy tonta, llegamos a Mónaco, Principado de la sobrasada y el mal gusto, donde todo está a “cojón de torero”, y donde han sabido también llevar aquello de la verticalidad constructiva a la categoría de horterada.
A pesar de ello, decidimos que sus princesitas disolutas y su principito descarriado, bien se merecían alguno de nuestros euros en concepto de impuestos no comunitarios, pero joder… nunca imaginamos que nos romperían el “buyandras” de una manera tan puñetera, así , a bayoneta calada, a lo bestia, sin vaselina, sin palabras bonitas o besitos en la nuca. Once dulces y tintineantes euros, ganados con el sudor de nuestras gargantas, se fueron por los dorados sumideros monegascos, a cambio tan sólo de dos copas de 500 cl. de “formidable presión”. Con los culos aún abiertos y doloridos emprendimos el ascenso por las empinadas escaleras que conducían de nuevo al aire acondicionado de los pobres, a la carretera y a una frontera próxima.
De Menton a Ventimiglia, de Ventimiglia a Bordighera, y de Bordighera a Italia entera. Pero antes orientamos nuestros pasos hacia el interior, hacia el reposo que prometía el tantas veces referido Principado de Seborga. Esta anomalía histórica italiana, objeto de curiosidad internauta y de alguna que otra tesis doctoral en marcha, es, al margen de todo, una reliquia templaria en piedra que se engalana sobre el Mediterráneo a más de 400 metros de altitud. Y quiso la casualidad que justo esa noche estuviera en fiestas, y que el olor a conejo nos hiciera perder la razón rompiendo así la tacañería, al menos en parte, que nos está haciendo vivir un mes de estricto ramadan, en el que asaltar haciendas para comer una vez al día es lo más inocente que el hambre nos podría haber llevado a hacer.
Lo que sí que pareció descartado fue pernoctar en Seborga, ya que el aparcamiento que durante 364 días al año permanece casi abandonado se encontraba aquella noche ocupado por parejas de abuelos danzarines que se divertían al compás del folclore popular. Comimos spaghetti al pesto con patatine frite y continuamos en ascenso por una estrecha carretera sin dirección ni sentido, y como pudimos comprobar mientras anochecía, también sin señalización de ningún tipo. Tanteamos un pequeño pueblo de apenas cuatro casas que se garrapiñaban sobre un “caleyón” de piedra y que en cierta medida nos recordaba al nuestro propio, pero las blasfemias lejanas de una “nona” italiana y la escasa iluminación nos hicieron retroceder y proseguir por aquella carretera extraña que cada vez se iba enfoscando más en la montaña.
En la oscuridad de la noche, nos perdimos. Lo hicimos como nunca antes en nuestras vidas, pero de un modo parecido, sin brújula ni mapa, pero con la certeza de que aquella carretera que ya se había convertido en un “camín de vaques” nos llevaría finalmente a algún sitio. Ese convencimiento se tornó en duda, y después en miedo al ver que nos encontrábamos en mitad de la nada, sin luces de casas, ni cercanas y lejanas, con animales salvajes atisbando desde la espesura y con la imagen en nuestras retinas de un viejo Fiat 850 SE que, habiendo sido precipitado desde lo alto de la carretera, yacía con las ruedas apuntando a Venus en un margen del camino.
Después de 30 minutos de nervioso transcurrir, aderezado con conversaciones sobre fenómenos extraños, experiencias, desapariciones y otras calamidades que en nuestro particular mundo de terror, fantasía y ciencia ficción, le ocurren a las personas que se adentran en carreteras obscuras en lugares desconocidos, por fin llegamos a una carretera principal que desde el fondo de un valle nos iluminaba la visión de un campanario en lo alto de la montaña. No obstante, no sería hasta 20 minutos después que nos diéramos de bruces con las empedradas calles de Perinaldo, una pueblo en el culo de la Liguria en cuyo alto hay un ayuntamiento, una iglesia “apórticada”, un observatorio astronómico, un aparcamiento y… ¡¡¡ JODER, WIFI !!! Imaginaros a la “tele-pizzera del placer” con minifalda roja portando dos pizzas familiares de pepperoni, carne barbacoa, ternera, salchichas, salami, extra de queso, nuggets de pollo y dos cervezas de 500 cl. frías y listas para tragar, y no os habréis acercado ni de lejos a la sensación de felicidad que recorrió nuestras espaldas y se alojó en nuestros rostros.
¡¡¡ KOWABUNGAAAAAAAAAAAAAAAAAAA , YONKIS DE INTERNET, NOS VEMOS EN LA CARRETERA !!!