sábado, 1 de agosto de 2009

LA DÉVIATION (SAN JUAN-LES-PINS – PERINALDO)

Decía Engels en su conocida obra sobre “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, que “Charlie no debería estar tan borracho”. También decía otras movidas interesantes sobre las sociedades políticas de la antigüedad, entre otras cosas, que éstas no surgen como un mero incremento de las sociedades humanas, sino más bien como consecuencia de una organización social más compleja en la que la propiedad privada es imprescindible. El bueno de Federico decía verdad, y al mismo tiempo se equivocaba, algo que es característica esencial de sabios y filósofos desde la antigüedad, pero que lejos de desvirtuar sus aseveraciones las hacen más dignas de una crítica razonada (o no). Pues, si bien es cierto que la propiedad privada fue esencial en el proceso de estabilización de los primeros Estados, sospechamos que esto no ocurrió como él se imaginaba.

Pensemos ahora en un grupo de colegas, cazadores recolectores del Paleolítico Superior, que llegan a un supermercado a ejercer su derecho legítimo al “diezmo regular”, y en la rapiña obtienen un saco lleno de chucherías varias como barritas de Mars, “bolsakas” de Rufflles, Papa-Deltas, m&m’s, Chokobrako Muesli y cajas de “sinesmint”. Después se dirigen a uno de los parques del barrio y deciden ocupar un espacio para repartírselo y comérselo, generalmente cercano a algún centro de recursos, ya sea una pista deportiva, un estanco, un kiosko, o una fuente. La costumbre y la comodidad les conduce a asentarse de forma permanente en un determinado espacio del parque, parque que a su vez es compartido por otras pandillas con las que se interrelacionan, pacíficamente o no.

Según el filósofo alemán, una vez repartido el botín y asentados en uno de los bancos que hay más cercanos a la fuente, estos avezados pilluelos habrían creado una especie de “sociedad” con sus instituciones, normas y métodos para evitar que terceros o grupos de terceros entrasen en su territorio y les arrebatasen las golosinas, los bancos y la fuente. Sin embargo, se equivocaba. En todo caso lo que habría sucedido es que el propio Estado, el de “Los Verjas”, se habría configurado al constituir previamente a los propietarios como tales dentro del territorio apropiado por la nueva sociedad. Y con esto llega la madre del cordero, porque el nexo entre territorio y sociedad política es más complejo de lo que parece, sobre todo cuando las propiedades privadas de los clanes o los individuos comienzan a entrar en litigio con las propiedades públicas. ¿Qué piensan ustedes que sucederá con el grupo de “pioneros” de la parroquia cercana que los domingos utilizan la pista deportiva para sus actividades sectarias?

Esto nos trae al recuerdo a las defenestradas “Ella Baila Sola” (o EBS, que sonaba más molón), cuando cantaban aquello de “lo mío es tuyo, lo tuyo es mío, cómo repartimos los amigos”, sólo que al revés, cómo los amigos se reparten nuestras movidas. Y nada más lejos de nuestras intenciones que cuestionar el sistema de propiedad, especialmente el de la propiedad privada, ni mucho menos el de los Estados que nos dan cobijo y protección frente a los jodidos de Irán. Toda esta reflexión viene a cuento de que una parte de Playa Keller, donde pasamos la tarde, la noche y la mañana, pertenecía en exclusiva al Restaurant Cesar. Y como siempre nos ha llamado mucho la atención eso de privatizar playas, o lo que eufemísticamente se conoce en la jerga consistorial como “concesión municipal para su explotación”, decidimos tantear los límites y usos de tal apropiación, franqueando la línea roja que divide los lindes entre la aristocracia y la plebe frumentaria,. Jugando al gato y al ratón con los machacas del Este “hiperbrakados” que controlaban el cotarro y que la noche anterior habían levantado toda la arena con una mini-retro.

Asomada a las playas de Niza, Plage Keller resultaba un paraíso que no hubiéramos querido abandonar sino hubiera sido porque antes del baño nos quedamos sin batería por segunda vez. Aquí un amable ciudadano alemán se ofreció a ayudarnos a empujar, sin advertir nosotros que nos estaba haciendo el viejo truco del "gaviotu", pues una vez puesto en marcha el vehículo, el astuto teutón se aprestó a ocupar el único aparcamiento frente a la playa con wifi y sombra. Fue entonces cuando decidimos que era el momento de dejar de “frickear” y zambullirnos una vez más en el agua para continuar frescos el camino. El casco antiguo de Antibes es angosto y huele a Pescadero que, como todo el mundo sabe, es ese alegre manicomio donde estuvo encerrada Sarah Connor. Y ya sólo esto se merecería una extensa digresión acerca de la susodicha institución mental, aunque en esta ocasión, y sin que sirva de precedente, os dejaremos que reflexionéis en vuestro foro interno sobre lo jodido que es tener una vieja ex-camarera y ex-traficante de armas a la que se le va la chota, o lo que es más jodido, un hijo en el futuro.

Cruzamos Niza por el paseo marítimo pitando y piropeando como se suele hacer en estos casos, aunque hay que decir en nuestro favor que siempre con el noble propósito de mantener alta la moral de la tropa, y evitando los usos y modos que se estilan en las gañanías. Nosotros, en cambio, siempre hemos preferido el “estilo de cortejo regular”, que si bien es más original, ingenioso, y sutil, desde el punto de vista de los resultados deja bastante que desear, al menos cuando no es posible el tan deseado “face to face”. Como dijo Coque Maya, pequeño prohombre y líder vocalista de Los Ronaldos, al cantante de Lagartija Nick mientras se lo llevaban de camino al hospital por tirarse al público en uno de sus conciertos y que nadie lo recogiera: “Esta vez has perdido, chico, pero no tiene porque gustarte”.

Y allí, sobre una de las colinas que dominan la bahía paramos para tomar unas vistas y avituallarnos de viandas en un Carrefour Market de diseño que nos parecía bastante acogedor. Con cerca de 40º celsius en el exterior y asomados al balcón de los congelados reflexionamos entre pizzas, helados y crujientes espinacas, sobre estos nuevos cestos con ruedas que se hallan a mitad de camino entre los tradicionales carritos metálicos y sus primos menores. Ya sabéis, esos de plástico que precisan de la necesaria suspensión manual humana para cumplir su cometido, si bien a veces también son arrastrados largo y tendido por los pasillos de las bebidas con patadas bastardas que maltratan sus ya maltrechos y raspados traseros.

Como el camino que va desde Niza a Mónaco por la parte baja del acantilado y que bordea al mar no nos pareció que estuviera a la altura de las aventuras de James Bond, decidimos retroceder, ahora sí, por la carretera que se descuelga sobre el acantilado, con esa sensación de velocidad que da el aire en la cara, de un modo casi tan real como en aquel verano de 1987 en Torrevieja, donde colgados al volante del “OutRun” invertíamos nuestro tiempo y paga en largas tardes de ensoñadora libertad. Adelantando autobuses, caravanas y camiones, frente a una caída muy muy tonta, llegamos a Mónaco, Principado de la sobrasada y el mal gusto, donde todo está a “cojón de torero”, y donde han sabido también llevar aquello de la verticalidad constructiva a la categoría de horterada.

A pesar de ello, decidimos que sus princesitas disolutas y su principito descarriado, bien se merecían alguno de nuestros euros en concepto de impuestos no comunitarios, pero joder… nunca imaginamos que nos romperían el “buyandras” de una manera tan puñetera, así , a bayoneta calada, a lo bestia, sin vaselina, sin palabras bonitas o besitos en la nuca. Once dulces y tintineantes euros, ganados con el sudor de nuestras gargantas, se fueron por los dorados sumideros monegascos, a cambio tan sólo de dos copas de 500 cl. de “formidable presión”. Con los culos aún abiertos y doloridos emprendimos el ascenso por las empinadas escaleras que conducían de nuevo al aire acondicionado de los pobres, a la carretera y a una frontera próxima.

De Menton a Ventimiglia, de Ventimiglia a Bordighera, y de Bordighera a Italia entera. Pero antes orientamos nuestros pasos hacia el interior, hacia el reposo que prometía el tantas veces referido Principado de Seborga. Esta anomalía histórica italiana, objeto de curiosidad internauta y de alguna que otra tesis doctoral en marcha, es, al margen de todo, una reliquia templaria en piedra que se engalana sobre el Mediterráneo a más de 400 metros de altitud. Y quiso la casualidad que justo esa noche estuviera en fiestas, y que el olor a conejo nos hiciera perder la razón rompiendo así la tacañería, al menos en parte, que nos está haciendo vivir un mes de estricto ramadan, en el que asaltar haciendas para comer una vez al día es lo más inocente que el hambre nos podría haber llevado a hacer.

Lo que sí que pareció descartado fue pernoctar en Seborga, ya que el aparcamiento que durante 364 días al año permanece casi abandonado se encontraba aquella noche ocupado por parejas de abuelos danzarines que se divertían al compás del folclore popular. Comimos spaghetti al pesto con patatine frite y continuamos en ascenso por una estrecha carretera sin dirección ni sentido, y como pudimos comprobar mientras anochecía, también sin señalización de ningún tipo. Tanteamos un pequeño pueblo de apenas cuatro casas que se garrapiñaban sobre un “caleyón” de piedra y que en cierta medida nos recordaba al nuestro propio, pero las blasfemias lejanas de una “nona” italiana y la escasa iluminación nos hicieron retroceder y proseguir por aquella carretera extraña que cada vez se iba enfoscando más en la montaña.
















En la oscuridad de la noche, nos perdimos. Lo hicimos como nunca antes en nuestras vidas, pero de un modo parecido, sin brújula ni mapa, pero con la certeza de que aquella carretera que ya se había convertido en un “camín de vaques” nos llevaría finalmente a algún sitio. Ese convencimiento se tornó en duda, y después en miedo al ver que nos encontrábamos en mitad de la nada, sin luces de casas, ni cercanas y lejanas, con animales salvajes atisbando desde la espesura y con la imagen en nuestras retinas de un viejo Fiat 850 SE que, habiendo sido precipitado desde lo alto de la carretera, yacía con las ruedas apuntando a Venus en un margen del camino.

Después de 30 minutos de nervioso transcurrir, aderezado con conversaciones sobre fenómenos extraños, experiencias, desapariciones y otras calamidades que en nuestro particular mundo de terror, fantasía y ciencia ficción, le ocurren a las personas que se adentran en carreteras obscuras en lugares desconocidos, por fin llegamos a una carretera principal que desde el fondo de un valle nos iluminaba la visión de un campanario en lo alto de la montaña. No obstante, no sería hasta 20 minutos después que nos diéramos de bruces con las empedradas calles de Perinaldo, una pueblo en el culo de la Liguria en cuyo alto hay un ayuntamiento, una iglesia “apórticada”, un observatorio astronómico, un aparcamiento y… ¡¡¡ JODER, WIFI !!! Imaginaros a la “tele-pizzera del placer” con minifalda roja portando dos pizzas familiares de pepperoni, carne barbacoa, ternera, salchichas, salami, extra de queso, nuggets de pollo y dos cervezas de 500 cl. frías y listas para tragar, y no os habréis acercado ni de lejos a la sensación de felicidad que recorrió nuestras espaldas y se alojó en nuestros rostros.

¡¡¡ KOWABUNGAAAAAAAAAAAAAAAAAAA , YONKIS DE INTERNET, NOS VEMOS EN LA CARRETERA !!!


miércoles, 29 de julio de 2009

LE MERVEILLEUX MONDE DU CINEMA (SAINT TROPEZ – JUAN-LES-PINS)

En uno de esos días tranquilos de los que tanto abundan en nuestro pueblo, a veces ocurre que sentado en el patio de tu casa, disfrutando de las cosas gratuitas de la vida como un buen vaso de agua del grifo, las ochentadas molonas que suenan por la radio, o simplemente el plácido placer de ver “les vaques” pacer, le da a uno por pensar en los necios consejos de “El Miserable Urbanita”.

El Miserable Urbanita es un personaje de pelaje oscuro que se levanta temprano, pero no para ver las nevadas montañas, sino para darse de bruces con los ladrillos rojos del bloque de viviendas que tiene frente a su ventana. Luego se dirige a su puesto de trabajo, que siempre es mejor que el de cualquiera de vosotros: mejor salario, mejores primas, mejores vacaciones, descansos, horarios de verano… Intentará colarte que es jefe de algo (ventas, personal, logística,…) pero en verdad vende “enciclopedias” por teléfono, o de puerta en puerta, que es aún más triste. Eso en mi pueblo de toda la puta vida se ha llamado “trabayar de comercial”, que es lo que hace todo el mundo sin estudios, aunque si los tienes, esos tres o cinco que llevas perdidos. Y después están las comisiones, que no te lo pierdas, ¡¡son de las que te dan!!, no como las de tu banco que siempre te roba “a cara pitbull” con cosas como “inmovilizado”, “tarjetas”, “apertura”, “cierre”, “pernada”, lo que en romano paladín se conoce como simple y llana USURA. Pero este tipo de “fauna miserable” para nada te hablará de todos puntazos que por el culo se traga, del mismo modo que lleva al mutismo absoluto eso que en la lengua de Shakespeare han venido a llamar “up or out”, o vendes más o a la puta calle. Eso sí, ellos nunca son despedidos, siempre cambian a un trabajo mejor, ya sea por una cuestión de sueldo o de movilidad, pero nunca porque el péndulo de los reajustes de personal haya caído sobre sus sobadas nucas.
El traje es algo muy importante y personal. Pero que jodido que no siente a todos igual de bien y que al ponérselo no se convierta uno en el alto ejecutivo que había soñado. Muy al contrario nuestro amigo termina pareciendo uno de tantos pingüinos que vestidos de “boderos” vagan por las oficinas y calles de la Gran Ciudad, con un churretón de sudor debajo del sobaco, cual “Currito Manolo” botijo en mano y picando asfalto. La libertad para vestirse queda para los pobres y labradores. ¿Coche de empresa? Nuestro amigo siempre está hablando de comprarse un Audi, un BMW, o un Alfa Romeo, pero luego anda en metro, en autobús, o en el viejo utilitario que le compró a un marroquí de su barrio, aunque no disfruta mucho de él porque siempre está en el parque de la grúa o en el taller de la Renault.

Mientras un viernes por la noche tú sigues sentado en el porche de tu casa leyendo Moby Dick o la Crítica de la Razón Pura, él se acerca sofocado aún con el vapor de la ducha saliendo de la cabeza y una camisa horrible de 300 € planchada por la lengua de un gato. Abriendo una botella Johnny Walker frente a tu cerveza de 30 céntimos siempre te dice con ansiedad: “¡esto es vida!, ¿qué haces ahí desperdiciando tu tiempo? , ¿por qué no buscas un curro?, uno bueno como el mío. Así podrás vivir sólo, "follar" todo lo que quieras, comprar cosas superfluas, emborracharte de verdad, y quien sabe si con el tiempo, sacarte un par de hipotecas a 50 años como yo.” Síndrome del Camarero, “iblis” de la modernidad, vive deprisa y véndele tu fuerza de trabajo al señor feudal del BBVA a cambio de la falsa protección de un falso hogar, tu plusvalía al burgués facineroso que exprime y es exprimido, tu paz y sosiego a los tubos de escape y los neones de Ciudad Capital.

Porque ser un verdadero “outsider”, amigos, no significa vivir en una caravana o tirado debajo de unos cartonés en la Plaza de Sur rodeado de “brickeros”. Tampoco significa ser un “hippij@” en comunión con el mundo y la naturaleza, de vacaciones solidarias o revolucionarias con la tarjeta de crédito de papá. Ni finalmente un reaccionario descerebrado que no sabe por donde el viento le da, con camiseta antisocial y, como decía el gran Chiquito, una etiqueta de Anís del Mono por Graduado Escolar.

Debes elegir sabiamente un modo de vida cómodo que produzca lo necesario (o mucho), pero que dé la espalda a los falsos y superfluos placeres de la España del SMS que únicamente busca la alienación del individuo a través de ritos tribales modernos y desidia política tripartidista. Estudia, pero no lo que te digan tus padres o el mercado, tampoco por la "titulitis", hazlo para comprender mejor el mundo que te rodea, leyendo e investigando y viajando, interrelacionando los conocimientos, no como esos universitarios que se jactan de haber terminado cualquier ingeniería técnica jugando a la XBOX. Se inteligente y busca en el gran contenedor de la basura burocrática alguna beca, subvención, paga o subsidio que te permita vivir donde ya vives, o en algún sitio mejor, y no desperdicies lo poco que te pueda tocar en la vida en aquello que nuestra abuela, en su eterna sabiduría, llamaba “fataes”.














Algún envidioso que otro tildará este particular “Regular Way of Life” de tacañería o incluso a nosotros mismos de ser unos caraduras, pero nosotros no hemos creado la enfermedad que consume a este país, sino todos aquellos otros que a partir de ahora podréis reconocer mejor y que no usan la profilaxis apropiada contra esta lamentable pandemia. La respuesta, queridos amigos, no la tenemos nosotros, ni tampoco está soplando en el viento como decía el estreñido de Bob Dylan, sino que está en la televisión y en vuestras propias manos: Únicamente tenéis que DECIR NO.

Después de esta pequeña digresión sobre el vestir, el comer y el dormir, volvemos a nuestro relato principal que no es ni más ni menos que este viaje “putamadre” y “perroflaútico” que se ha ido acomodando a nuestro cuero como la lagarterana a los pelos retorcidos del bueno de Freddie Mercury. Cuando uno de esos miserables urbanitas piensa en dormir en la playa, probablemente piensa en Benidorm, Cancún o alguna otra “turistada”. Probablemente se imagina noches de 30 grados, un cielo anaranjado, el rumor lejano de una discoteca cercana, una ebria teutona sin bragas tumbada sobre él y quizá a un “mamporrero” levantino intentando sacar tajada de la tajada. Sin embargo, para nosotros, Asturianos invictos y reumáticos, la playa de noche es algo más especial. Significa humedades, frío, cielos encapotados y “boquitas de triángulo”, quien sabe si por intentar tocar una mala teta. Por eso dormimos en el coche y bien resultó cuando a las 4 de la mañana comenzó a diluviar como en los días de Noé.

A la mañana siguiente, después de “wifear” un poco bajo los vapores medicinales del parking del McDonalds, partimos súbito de Saint-Tropez con un olor extraño e ilocalizable en el coche. La caravana vino del mismo modo en que se fue, con un café de máquina compartido y escuchando “Girls just wanna have fun”. A continuación les presentamos la Costa Azul: una carretera serpenteante a lo largo de 200 kms. en la que se suceden increíbles calas de azules nacarados y de vez en cuando alguna ciudad de esas que viven del cine.

Al fin llegamos a Cannes, un pueblo venido a más, donde un cortometraje de dos minutos vale más que mil palabras. Por eso os dejamos con unas cuantas reflexiones en video que os harán entender mejor de qué va este puñetero circo.





Una etílica cerveza en Cannes nos dio el empujón necesario para encallar nuestros culos en Plage Keller (San Juan-les-Pins) no muy lejos de Antibes. Pregúntale al Último Superviviente cuántas horas de sol quedan y te dirá que las suficientes como para no tener salir de la jodida bañera hasta sentir como el sol poniente se adentra en el agua y enrojece el embarcadero de la bahía donde junto al pancho de Ottis Redding, perdemos el tiempo.

Por la noche, un pleno el pleno al quince. Cervecita en la terraza con el dinero ganado a golpe de chorradas y una formidable wifi para ver como va todo por el planeta tierra. Como decían las Tortugas Ninja Mutantantes y Adolescentes...





¡¡ DE PUTA MADRE !!


lunes, 27 de julio de 2009

ONE EYED DOG (BY SR. FURIOSO)

Era la mañana de un lunes cualquiera, a poco más de eso de las diez y media post meridiam, cuando salido de mi casa repasando mentalmente las tareas del día, avanzaba con aire despreocupado por aquel sendero traicionero, cuando, al doblar un recodo, ahí me encuentro a un niño de unos ocho años colgando de la mano de su presunto abuelo sexagenario con cara de perderasta incurable y reincidente. Ambos parecieron sorprendidos de verme, pero yo llevaba prisa y no hice mayor aprecio, hasta que caí en la cuenta de que era lo que ambos observaban tan decididamente. Y allí estaba, ante ellos, con cara de no haber roto un plato, una cicatriz canina ambulante.
-Abuelo -observaba el niño-, ese perro solo tiene un ojo.
-No te preocupes Charlie -respondió su abuelo-, seguro que es antisemita.

Y joder, que tranquilo se había quedado el puto viejo, pero bueno, yo aquí he venido a hablar del
perro no. Pues bien, la leyenda comienza en una noche lluviosa de mil novecientos noventa y algo... bueno, vamos a ver, esa señora gorda del fondo no para de molestar. No. No tengo ningún jodido documento gráfico del puto perro. Si a alguien le sirve de consuelo, hoy, aquí, estoy única y exclusivamente a petición de mi amigo, el reputado doctor en perrología Victor Von Marraneti, que me pidió que llevara a cabo esta exposición insistentemente, después de presenciar, en persona, obviamente, los milagros y obra del perro tuerto. Con su permiso o sin el, yo prosigo. Ah, sí, ya sé por dónde iba. Ahí estaba la perra sanguinolenta -y no hablo de ninguna de vuestras
madres- con su copiosa camada, entre las pulas y la paja de las cabrás. Lamía a su prole con denuedo postparto, cuando el huraño granjero toma a los cachorros introduciéndolos en un saco
mugriento y posteriormente llevándolos al río, para bueno, divertirse con un ligero genocidio canino antes del almuerzo.

¡Y quiso Dios, que nuestro héroe sobreviviera! Exhausto con los pulmones jóvenes encharcados y
como una calcamonía de a 5 pesetas contra un regodón del río, Roy el perro iconoclasta y postpunk, se aferró a la vida. Dice la leyenda que lo recogieron una pareja de bondadosos progres madrileños, ella más estéril que el África subsahariana y él, notario. Durante su primeros meses fue internado en un duplex en algún lugar siniestro entre Nuevos Ministerios y Puerta de Sol, con reproducciones baratas de Kandinski en las paredes. Y que un buen día lo arrancaron de delante de su plato de dog chaun, para llevarlo a castrar, porque son las cosas que se deben hacer sí se quieren evitar las consabidas tribulaciones con los caseros neo-onanistas de la capital.

Y entonces una luz descendió de los cielos, cegando a los malvados dueños desconsiderados y Roy, emprendió un periplo que dejaría a la Iliada a la altura del betún., pero bueno, como se me está secando la mortadela en el pan, y luego es un por culo de bocadillo, voy a ir abreviando que es gerundio. Nuestro estigmatizado amigo recorrió los puntos cardinales de la piel de toro sólo acompañado de la más ferrea de las voluntades, y que coño, de un calentón tras otro. Por el amor de cualquier perra, medía el sus fuerzas con alimañas, gran daneses y hasta, dicen las malas lenguas, con algún humano desviado. Su pelaje lacerado es el testimonio de lo puta que puede ser la vida, y de lo divertida que puede ser al tiempo cuando te ganas un agujero en el que mojar, que yo creo que es algo que a los humanos se nos ha ido olvidando, amaestrados, como estamos por el “New World Feminaziest Judeo-Masonic All-Stars Order”, que puede que exista, puede que no, pero me lo invento por gracia de mi ojete santo.

Y sin irnos por los Cerros de Úbeda, retomemos el hilo, que ahora viene la segunda parte y es la
más interesante. Los viajes de Roy, parecieran llegar a su final, cuando encontró un nuevo hogar, al norte de Asturica Augusta, en un pueblecito de cuyo nombre no me quiero acordar, donde una familia de buena gente de la de verdad, de la que no se anda con hostias, le puso un comedero y un collar antipulgas, sin querer castrarlo, domarlo, ni amariconarlo, como sería de esperar. ¿ Y diréis, cómo es posible? Pues bien, está gente ya tenía hijos a los que amaestrar, así que nuestro amigo no corría peligro de abducido por el entramado añejo y corrupto que algunos llaman “familia”.

Nunca correr detrás de las ruedas de un coche le sentó también al amigo Roy. Se iba de putas durante semanas enteras, volviendo lleno de llagas y purulencia, a su especial casa de salvación,
dónde le aplicaban curas y jamás le pedían explicación alguna. Yo lo conocí ya de viejo, con grandes calvas en su lomo y un ojo tuerto. Y cualquier persona,
humana o no, que le cruzara la mirada a este lastimero perro no podía dejar de preguntarse “¿Qué coño estoy haciendo con mi vida?” Porque la vida hoy en día es un campo lleno de puertas, y os aseguro que Roy se iba meando en todas y cada una de ellas.

Después de aquella mañana de lunes cualquiera, no volvería a ver a Roy -tampoco sus padres al
niño que iba con el viejo, pero cada uno se jode cuando le toca-, y siempre lo recordaré con un cariño especial. Aquel combatiente que llegaba arrastrándose a duras penas, con la mirada vitrólica y los mocos colgando de su parca nariz, después de estar luchando y follando, follando y luchando, durante tres días seguidos como un campeón, como un cosaco, como un valiente de Kelly, como un auténtico argonauta... a fin de cuentas, como un perro. Él que lo hacía por darle gusto a su chorra, lo hacía por todos nosotros y en cada una de sus escapadas, redimía a la humanidad.

Y vosotros, cabrones, que ni mierda tenéis en las tripas, recordad su nombre, y que si hay un cielo, ahora mismo le estará bombeando la pierna diestra de nuestro Señor.

Nunca comáis mierda sin encontrar placer en ello.

domingo, 26 de julio de 2009

LA PLAGE (LE BRUCS – SAINT TROPEZ)

“Napalm, me encanta el olor del napalm por las mañanas”, sobre todo si los que se queman son un grupo de domingueros franceses jugando a la petanca. Y este que este sencillo juego es a Francia, lo que los puticlubs de carretera a España: un vicio nacional. No hay un maldito sitio en todo este país de “tirafresas” en que no se juegue a la maldita petanca. Ya sea en los parques, en las playas, en la boulangerie, en el Intermarché o en el mismísimo Palacio del Elíseo, franceses y francesas sin frenillo, juntan las piernas y ensayan noche y día la jugada mágica que les hará triunfar en las animadas partidas familiares. Tanto es así que incluso uno llega a sospechar que cuando presiden el “tigre” hacen pequeñas pachangas con bolitas de papel higiénico u otras cosas que no se nombran. Por eso los odiamos, porque al mismo tiempo también admiramos que hayan sido un pueblo capaz de mirar a los demás por encima del hombro pensando: Yo aquí con mis bolicas, yo las acerco, tú me las quitas. Frente a la Isla de Gaou nos levantamos prestos y felices, para continuar el viaje, pero no sin antes recorrer los tan divertidos cementerios de medusas donde los niños juegan a urticarse las nalgas y Michael Jackson observa complaciente desde el cielo.

Sin apenas perder tiempo en el McDonalds local, continuamos en dirección Heyres escuchando a los BeachBoys y disfrutando del suave aroma de los olivos y alcornoques de la Route du Dom. Después, el paraíso hecho playa: aguas cálidas y cristalinas, sombrillitas de papel y pequeños bikinis, todo ello con el gusto y regusto del lujo mediterráneo de un anuncio de Martini.

Sin nada más que comentar que el excitante modo que tienen las mozuelas francesas de comerse los polos de hielo tumbadas sobre la arena, el entrar y el salir del agua, y el reposo más absoluto. A la noche, una fiestita en la playa con yates y fuegos artificiales para despedirse de unos perroflautas que entre coches deportivos y pijitas, apunto estuvieron de “perder un ojo” por las intrincadas calles de Saint Tropez.

Con esto y un bizcocho hasta mañana en ocho… días, pues este “jet-lag” que llevamos está justificado y pronto sabréis el por qué. Entretanto, sería para nosotros todo un placer que nuestro compañero Furioso tuviera a bien el rellenar nuestra vaguería playera con el entrañable relato de Cartucho, el perro langreano al que le falta un ojo.


¡¡¡ PASEN Y VEAN!!!


martes, 21 de julio de 2009

THE VAPORIZER (GRUISSAN – LE BRUSC)

“Cambiaros de calcetines al menos dos veces al día o el Mekong os devorará los pies”.

Desde tiempos inmemoriales, mucho antes de que Marco Polo inventase el juego de la pastilla de jabón, el perroflautismo ha estado ligado por siempre con la suciedad. El polvo del camino, los piojos de los canes, “la grana de tená” o mismamente, el regomello propio de las distintas secreciones corporales que son luz y bandera de la persona de cada uno. Desde Alejandro, al César de Julio, pasando por Gengish Khan, Willy Fox Apostador o el “poeta” de Robe, todos han tenido que joderse y soportar “pestuzos” propios y ajenos, algunos hasta llegar a convertirlo en un arte, todo sea dicho de paso. Ahora bien, nosotros hemos querido romper esta incómoda tradición por la parte de los calzoncillos sucios y declarar el comienzo de una nueva era donde la higiene debería reinar sobre la carretera, donde el buen olor se hiciera verso, y la suave brisa del “Old Spice” se llevase los malos humos de Condolissa Rice.

Para ello es necesario, por supuesto, la receta de la abuela: agua y jabón. Pero además, cumplir un estricto protocolo basado en toallitas para culo de bebé, desodorantes, pasta de dientes, maquinillas de afeitar, hilo dental, polvos anti-transpirantes, toallas secas y 200 pares de calcetines y “gallumbos” limpios. Con todo ello, lugares para el buen reposo intestinal que no parezcan salidos de una trinchera de la I Guerra Mundial, verbigracia, hoteles y restaurantes de copín, McDonalds a primera hora de la mañana, así como el inexcusable excusado de minusválidos. Y es que siempre ha sido de nuestro agrado la amplitud y limpieza que evocan este tipo de retretes, por no hablar ya, de la sensación de ingravidez que producen las barras paralelas y el mirar compungido en el espejo como un gimnasta en la final olímpica de su puta vida. Sí, esa en la que Pedro Carballo la jodió. Con todo ello una angustia radiofónica se escucha en el programa “Cristina de Noche”:

- “Hola, buenas noches Cristina, tengo que contar una cosa horrible que le está ocurriendo a un “amigo mío”. Esta mañana ha entrado, “por error”, a hacer de vientre en el baño de minusválidos de un Centro Comercial “pensando que era el de la gente normal”. Al terminar de proceder y no encontrar el botón donde se activa la cisterna, ha tenido por bien tirar de una cuerdecita que colgaba del techo… y, ¡ay, fatalidad!, ha comenzado a sonar una alarma ensordecedora que delataba su posición. Mi amigo, asustado, ha salido corriendo del baño con los pantalones casi en grilletes mientras los trabajadores del Centro Comercial acudían al cuartillo para descubrir su regalo. Ahora él se encuentra aquí a mi lado y dice que es incapaz de entrar en comunión con la naturaleza, y eso que ha probado de todo: agua marina, almendras verdes... ¿Qué podemos hacer?”

- “Eso puede ser debido a dos cosas: O bien el shock postraumático de la experiencia ha provocado que a tu amigo se le cierre el ojo de las mil arrugas, o bien el Dios de los Minusválidos, (Che Baradero) lo ha castigado con saña por haber sido tan “cabronías”. De cualquier modo, él debe regresar al lugar de los hechos y revivir todo el proceso desde el principio hasta el final, dando la cara como un hombre y admitiendo su culpabilidad. Sólo así podrá redimirse de los pecados incívicos cometidos haciendo propósito de enmienda y no volviendo aparcar su culo en los espacios en los que vea impreso el símbolo de Batman”.

Amaneció en Gruissan, que no es poco, entre la niebla tranquila y el olor a salitre de la playa cercana, emprendiendo el viaje a través de la Provenza interior. Éramos consciente de que se trataba de la peor parte del viaje y que tardaríamos bastante tiempo poder atisbar las costas azules de nuestra Ítaca particular. Si a los infinitos campos de girasoles, las anodinas ciudades y la industria pesada, le sumamos más de 30 grados sin aire acondicionado, el sol pegando en la cara y retenciones kilométricas al estilo de la España de los años 80, tenemos el cociente de cocido perfecto: EL VAPORAZO.

Así pues, chicos prudentes como nosotros decidimos apostar por el recetario patrio ante el calor y desnudarnos como un camionero extremeño retenido en la frontera por los “tirafresas”, para meternos en la autopista y airear el bullarengue. Y tan increíble como el calor era el hecho de que no nos hubiéramos topado con los agentes de la ley en más de 1500 kms. y tres fronteras, más que nada por nuestras pintas de “fumajachís” y nuestro destartalado coche franco-nipón. Por eso , la probabilidad y una maniobra extraña poniendo la camisa por encima del cinturón al ver aparecer a un motorista gendarme, hicieron el resto, encontrándonos con 4,5 € de peaje y un grupo de gendarmes con cara de pocos amigos cerrándonos el paso.

Pasó lo que tenía que pasar, preguntas incómodas sobre origen y destino, cacheos incomodos en busca de “droja”, el ojete del perro rebozándose por nuestros sacos de dormir y un registro exhaustivo de todas nuestras pertenencias. Estos guardias franceses son tipos muy peculiares, se ve que al contrario de la Guardia Civil han ido a la escuela, o al menos, a la escuela de la calle, donde el hachís se llama “chocolate”, la marihuana “maruja” y la cocaína “otras cosas”. Total, que al no encontrar nada nos pisotearon un cigarro de Pueblo a medio fumar y tuvieron a bien meterse otro en el bolsillo, esta vez de Lucky andorrano, por las molestias tomadas.

Continuamos bajo el incesante vapor de Montpelier, Nimes, cruzando otros pueblos infectos de la geografía provenzal, hasta ver de nuevo el mar en Martigues en las inmediaciones de Marsella, donde el viento nos obligó a jugarnos el todo por el todo y cocinar dentro del coche. Pero como dijo la dependienta “fumeque” del Forum (que se parecía a la Socorrista Tóxica), “no existe riesgo de butanazo, hombre, si no haces cosas raras”. Define cosas raras: “agujerearlo”, golpearlo con un martillo hidráulico, utilizarlo de frisbiee, o hacer una tortilla de petardos, donde al tendrías todas las papeletas para el sorteo “face-off” de la semana.

Cruzamos Marsella por el centro de las ramblas, con sus problemáticos chicos de la Ciudad de Dios zambulléndose en el malecón y por fin, la Tierra Prometida de aguas cálidas y cerveza fresca: Bandol, Sanary-sur-mer, Ile du Gaou… y el comienzo de tan añorada Costa Azul. Cenando frente a las luminarias que se divisaban en la lontananza tuvimos unos minutos de recuerdo para el bueno de Hawaii 3 y su particular interpretación del Principio de Indeterminación de Heisenberg: Si un muelle, un plátano y un cohete situados en la orbita baja de la tierra viajan alrededor de la misma a 27.400 km/h, es imposible saber si tu madre hará para cenar esas empanadillas de bonito que tanto te desfasan. Mientras no mires dentro de la sarten el sistema descrito por la función de onda podrá tener aspecto de empanadillas, cabezas de avestruz, pimientos del padrón o mierda de gato, por tanto, sólo podemos predicar sobre la potencialidad del estado final de la zampa y nada sobre la zampa misma. Aunque sí es posible predicar de tu madre, cuya elección determinará que el muelle, el plátano y el cohete sigan orbitando o el mundo se vaya a la cama sin cenar.



sábado, 18 de julio de 2009

LES VIGNOBLES (SAVIGNAC-LES-ORMEAUX – GRUISSAN)

Por fin en Francia, la “grande France”. Tierra de caballeros, viñedos y castillos; de abadías, “maisons” y catedrales. Cuna mundial de la Ilustración, de la “democracia moderna”, del republicanismo; del ciudadano, la tricolor y La Marsellesa. Hogar del Tour (de France), de la Bohême y el croissant; de la “nouvelle cuisine”, el “pret a porter”, y el “glamour”. Francia, tierra de libertad. Qué pocos poetas han sabido cantar tu “hijoputismo”. Qué pocos intelectuales han alabado tu chauvinismo, tu “cutrerío” generalizado y tus mujeres feas. Paraíso mundial del neón tú eres, del “tuning priquero” y de la rotonda; del Buffalo Grill, del “rappel” y de los retretes sin papel. Y sin embargo, cuanto te echábamos de menos.

Descendiendo de Andorra en dirección Foix, llego el momento de hacer un alto en el camino para “plegar la orella”. El lugar escogido, Sauvignac-les-Ormeaux, parecía reunir todas las condiciones para desplegar nuestro particular kit del pequeño nómada: fuente, baños públicos, parking medianamente apartado y tenuemente iluminado; sin descampados, polígonos industriales, ni zonas de bares que pudieran dar lugar al tan temido “palo”. Irónicamente, en aquel lugar donde estaba prohibido pernoctar en caravana, no había más que eso, y así fue como conocimos al “perfecto caravanero”. En este tipo de sitios, si ustedes tienen la necesidad de pedir prestado a su vecino un poco de sal para preparar un pisto de bonito con tomate, deberían de tener igualmente la educación de soportar una entretenida clase magistral sobre “filosofía caravanera”. Así pudimos saber la verdadera pronunciación de Volkswagen (“Volslaguen”) y que en el “way of life” de las casas rodantes existe un profundo sentimiento de camaradería y solidaridad. Todo puede llegar a compartirse entre estos navegantes del asfalto, aunque sin llegar a los extremos de los esquimos o del anegado mundo de Kevin Costner, donde 45 mins. con la pequeña sería algo de lo más habitual. Ahora también sabemos que dormir en el coche es el primer paso para entrar en la Gran Logia de la Roulotte. La caravana te atrapará, y después de una “volslaguen”, vendrán más y mayores bungalows con ruedas, en una carrera sin fin en busca del confort del hogar perdido, hasta que, finalmente, el Príncipe de los Gitanos te ofrezca aparcamiento en su eterno y gratuito Valhalla.

Dicen los cronistas antiguos y los caminantes, que poco antes de Foix existe un suntuoso McDonald donde los retretes son de oro y las wifi’s fluyen cristalinas a más de 20.000 teraflop por segundo. Después de más de dos horas recomponiéndonos y actualizando este espacio, nos quedamos impávidos al ver cumplida la profecía de nuestro progenitor cuando nos advirtió que, “con todas esas gilipolleces”, un día nos quedaríamos sin batería. Después de un primer momento de desasosiego y descontrol, decidimos afrontar la circunstancia y jugárnosla en un pequeño desnivel que se intuía en el parking del “fast food”. Allí la fuerza hercúlea de Perotti nos dio la tracción necesaria para poner en funcionamiento de nuevo el motor de nuestro coche, y así, cual Ulises que burla al destino, poner rumbo a las suaves laderas de la tierra de los cátaros.

Debido a este incidente, Foix se quedó compuesta y sin show de “Emoal”, siendo substituida por la también centenaria ciudad de Mirapoix, quién tuvo por bien gozar de un “enxiemplo” de nuestro arte al canto, la guitarra y la harmónica. Arrullados por la seguridad de saber que no somos los únicos “titiriteros” en esta jácara medieval, pusimos un cartel que de esta guisa rezaba: “Aerored in concert France Tour 2009. Insert coins or fruits to continue”. Y si bien es cierto que no fuimos los grandes triunfadores de la feria entre todas estas gentes del “buenvivir”, tampoco es menos cierto que nuestras risas nos echamos, cantando bajo la sombra de una fresca arboleda a las cosas que rodean nuestra vida cotidiana: “El noble arte del cuchar”, “las máquinas de Luisito” y “el milfazo de tu vieja” en clave de blues. También hubo tiempo para versiones sui generis de clásicos como Bob Marley, Manolo Kabezabolo, o los putos Eagles con un Hotel California entre bable, inglés y “retard”. Saldo de la experiencia: +3 € por hora y media de tontuna variada.


Salimos de Mirapoix con la grata sensación del trabajo bien hecho, y continuamos deslizándonos ladera abajo en dirección al mar, entre campos de girasoles, viñedos y algún peregrino frutal. Dicen los mayores que “el hambre es muy puta”, lo que nunca debería significar “hacer de puta cuando tienes hambre”, por eso, y porque la fruta es muy importante para prevenir el escorbuto, decidimos asaltar un tentador peral que sobresalía desde el fondo de una casa. Saldo a nuestro favor: 12 dulzonas perillas que hicieron un poco más llevaderas los postres de nuestras ligerísimas comidas.
Bajo el incesante calor estival, cruzamos Carcassone y su castillo de Playmobil, Narbona y su rastrillo de muebles viejos, y por fin… el mar. Ante nosotros yacía placido el Mare Nostrum con la benevolencia de su suave brisa y sus cálidas aguas, así que nosotros le correspondimos de la única manera que sabemos: penetrando en él y descargando polvo, sudor y muchas horas de carretera.

Después del baño pasamos un momento entrañable con un grupo de octogenarios españoles exiliados durante la Guerra Civil, quienes nos recomendaron un buen lugar para pernoctar frente a la playa: los Pilotes. A pesar de que eso de los Pilotes sonaba un poco como a bar de maricones donde ponen "El Bimbó", decidimos indagar y descubrir que en verdad se trataba de de una manga de arena donde los pescadores habían ido construyendo sus casas de madera. Para hacerse una idea, algo así como esos chiringuitos que aparecen en la fase de Blanka del Street Fighter II. Tras la tan ansiada cena a base de peras y lentejas, hicimos una visita a la zona de marcha, donde los lujosos yates no nos intimidaron a la hora de sentarnos en la terraza de las frescas y saborear así una merecida cerveza. Con el espíritu de Furi en su reservado asiento, terminamos la jornada reflexionando amplia y profundamente sobre la paradoja de Biff Tannen, en "Regreso al Futuro II". Y es que si Biff viejo viaja al pasado y se dá a si mismo el almanaque deportivo, cómo puede ser que vuelva otra vez al futuro anterior y no al nuevo futuro alternativo donde tiene pila pasta. O peor aún, ¿por qué cojones, en la escena eliminada desaparece?